La extraña, ajena, e inmensa profundidad del océano puede producir en uno muchos sentimientos. Desde nostalgia hasta alegría, o quizás sentimientos de insignificancia.
Pues la parte más húmeda de nosotros se proyecta hacia lo que no dejamos de ver: un territorio inexplorado e indeseable. Además profundo, nefasto, admirable y perpetuo.

De las casi 10 veces que visité el muelle de Tambo de Mora en Chincha, me quedo con estas fotos -por hoy-. Algunas otras ya fueron publicadas en post anteriores como "Le Pier".

Creo no haberlo mencionado, pero el muelle es la fuente de trabajo de la mayoría de pobladores de TDM, quienes se dedican a la pesca artesanal. Hay otros -sin embargo- que solo trabajan 2 semanas en todo el año. Estos temerarios hacen pesca industrial, y saben que cada vez que van a pescar altamar, puede que no regresen jamás. Es interesante, el riesgoso trabajo de 2 semanas es mucho más rentable que el de todos los días del año.

En este muelle compartí muchos puchos con el viento, que siempre me pedía los laqui laygt. Sentarse frente al mar, y ver a los peces nadar debajo de los pies es una experiencia que solo se ve recompensada al saber que en cualquier momento puedes caer.

Este es un punto que recomiendo: ir hasta la última parte del muelle, a sentarse a conversar con el agua, compartir un pucho con el viento, y rendirse ante la grandiosidad del océano. Esto sin duda originará sentimientos de pena y nostalgia, mas no de alegría. Aunque al salir del muelle te invade un sentimiento de alegría. Una alegría muy triste.