La última vez que hice un viaje conocí a esta chica. Se llama Julie, tiene 21 años y me ha colmado la cabeza de pensamientos y sentimientos de aquello que en una noche quize y que hasta ahora no puedo olvidar.

Subi al avión. Para variar llegué tarde. Ella estaba ahí, sentada sin saber que sería su compañero de asiento en las siguientes 18 horas de viaje.
Algunas veces la había visto ya, en la oscuridad de las calles parisinas, embriagada y en 4 pies.
Ninguno de los dos imaginaba que algún día, alguna noche, fuéramos a sentarnos dos completos extraños en la complejidad de un avión, a esperar que el tiempo pase y a conocernos, a compartir palabras y gustos, sentimientos, y todo.

Luego de despedirme del paisaje verde de la ciudad que nos vio crecer, tomé mis maletas y abordé el avión. Ella estaba sentada ahi, en el asiento 20. Yo tenía el pasillo 21. Al llegar a su lado, cordialmente saludé. Ella respondió y me preguntó ¿Cómo estás?

No pasaron más de 5 minutos para que empezáramos con una de las conversaciones más entretenidas que he tenido en los últimos 2 meses.

Hay algo muy interesante y curioso, y apasionante de estas situaciones. Dos seres humanos se encuentran -quién sabe porqué y para qué- en un determinado lugar, circunstancia y tiempo. Hablan sin conocerse. Socializan, como destinados a ello.

Durante la noche, no pude ver más que sus dientes cada vez que sonreía, no pude distinguir más que sus ojos al brillar. Pero se que ella también pasó un agradable viaje, y una noche inolvidable.

Para empezar, partimos por las preguntas típicas: Cómo estás, qué haces, a qué te dedicas, qué haces en tus ratos libres, qué estudias...

En el intermedio sobresalieron aquellas preguntas a las que llamo "asomantes", pues son las que pretenden llegar más allá de lo superficial, e hincan un poco a la intimidad, como para despertarla y para tantear: tienes enamorado?, qué planes tienes para más adelante, qué te gusta....

Luego, vino la parte más interesante, aquella en la que hablamos de sexo. Sin parar, y hasta llegar al paradero final.

Fueron casi 5 horas enteras dedicadas al sexo oral con esta agradable joven que acababa de conocer. Me contó acerca de sus experiencias, de sus morbos, de sus inquietudes, de sus miedos, de lo que no le gusta, y de lo que prefiere. Cada palabra suya era una sensación física completa para mí.

Pasamos horas uno al lado de otro. Yo pensaba que podríamos besarnos en cualquier momento. Después de todo, las circunstancias eran las propicias. Ella unía su pierna a la mía, yo concentraba todos mis receptores neuronales en aquella parte de mi cuerpo, volaba.

Ella se acercaba a mi, por ratos sentía su aliento junto al mío, como preguntándonos: a qué hora vais a besarse? en qué momento vais a dejarse de tanto floro y se unen en uno y ya?

En ningún momento nos interesaron los demás pasajeros del avión. Conversarmos, charlamos, nos reímos -a carcajadas y en silencio- hicimos de la situación un viaje propio. Estábamos en un avión privado en el cual debíamos conocernos y quizás besarnos.

Pero no lo hicimos. No nos besamos, solo nos entusiasmamos, nos conocimos, nos emocionamos y jugamos a los viejos amigos de la infancia que se quieren besar, pero que no se atreven.

Y así pasaron las horas, pasaron las 18 horas de viaje. Ya al final de la conversación tocamos el tema que no se puede obviar jamás en las relaciones sociales. Sobretodo si se trata de un viaje de avión, en el cual es posible apreciar los paisajes que ni la mente puede imaginar: la música.

Otra vez, y para agasajo de mi mente, de mi alma y de mi cuerpo, compartimos un tema en común, pues Julie gusta de los mismos artistas que yo, y piensa lo mismo acerca del perreo y demás cosas desaparecibles.

Compartimos un audífono blanco, y mi piel se ponía del mismo color cada vez que apoyaba su rostro en mi hombro.

Al divisar la ciudad que nos vería llegar, compartimos información de encuentre. Es decir: correos, teléfonos, blogs, etc. Con el objetivo de alguna vez volvernos a ver y poder conversar de más cosas, y conocernos aún más, y quízás besarnos.

Al saber que bajaría del avión, y tomaría mis cosas, y me dirijiría a mi apartamento, tendría que dejar a aquella chica, mi piel me dijo que se sentía triste. Mi corazón me dijo que tendría que despedirme bien, para no sentir la pegada.

Cuando las llantas del avión rozaron la tierra, le dije: adiós, Julie. Adiós, amiga.

Han pasado ya 4 semanas desde que llegué. Sé que estamos en la misma ciudad, sé en qué distrito vive. Sé su correo. Le he escrito, pero no responde.

Espero volver a ver a Julie, y compartir el café que acordamos compartir. Espero encontrarla, y besarla esta vez, aunque esté casada.